sábado, 30 de junio de 2018

EL MISMO AIRE





Me da vergüenza sentirme segura, ducharme a diario, comer eligiendo. Tener un trabajo y sufrir por perderlo. Dormir en mi cama. Mirar las montañas desde una ventana y hablar del tiempo. Me siento culpable de tener armario. De sentarme tranquila después de una dura jornada. De cuidar de mis muertos. De tener a mis vivos al servicio del alma y de cientos de abrazos. A mirar desde fuera. A escuchar desde dentro. A contar con un cierto futuro amparado simplemente a la espera de algo.
Porque tengo mil suertes...y ellos... tienen la huida. La desgracia del odio. La locura de la intransigencia. El pasar con lo justo por los bordes del desprecio y de la mirada esquiva. Porque no somos agua que se mezcla en un estanque, sino mar de corrientes que araña las orillas...pero no lo entendermos.
Pues el día que no huyamos del asco y del llanto del otro. El día que demos la mano llena, no solo de intenciones, sino de acciones colectivas. El día que comprendamos que somos una tela preciosa donde cada hilo, es la sangre de la vida...entenderemos lo absurdo de la idea que se impone, de la frontera protegida, de la bandera equivocada y la oración del miedo.
Todos somos herederos de lo mismo. Del mismo aire, del mismo techo estrellado. Hijos de un mismo destino que no compartimos y que obliga a los otros al destierro y al dolor. Por eso me da vergüenza sentirme segura. Hablar del tiempo... mientras otros hijos de mi tierra y de dioses confundidos, duermen sobre un suelo de silencios.

domingo, 14 de enero de 2018

NUESTRAS FECHAS


Era un domingo igual, como hoy, nevado y hermoso. La musica de Simón y Garfurnkel invadía aquel pisito vacio de los padres de Pedro Agudo y que servía de centro de reuniones para esa panda de quinciañeros que hacíamos sexto de bachiller en el Kostka. Yo esperaba impaciente mientras miraba aquella puerta esperando que se abriera y aparecieras, pues ya me habían dicho que estabas por mí. Llevaba un vestido cortito y mi pelo casi coincidía con en final de su falda. El corazón me latía deprisa, quizás por la novedad de lo que sentía o quizás por el exceso de canela que llevaba aquel brebaje del cubo y entonces, entraste...con tus esquis encima del hombro, tus cletas mojadas y ese color moreno de sierra que siempre te caracterizaba. Me miraste como se mira una porcelana metida en una urna y sentí que serias mi compañero para siempre. Luego bailamos. Olías a húmedo y a jara y empecé a enroscar mis dedos en los caracolillos del pelo de tu nuca. Me besaste en el cuello y de la mano me llevaste a la cocina. Me pediste salir, que era lo que se hacía en aquellos 73 y seguimos agarrados de la mano hasta que me acompañaste al portal de mi casa. Te di un beso en la mejilla y sin que tu me vieras me asome viéndote saltar calle abajo con tus cletas, tus esquis, tu color tostado y tu olor a húmedo y a jara.
Hace mucho tiempo, tanto, que aquello se me muestra como una película que vivieron otros sino fuera, porque te llevo tan dentro de mi que el tiempo es un juguete de cuerda que suena entre mi corazón y el lugar donde se hospedan los buenos recuerdos.
Imagino decirte todo esto mientras me hundo en tus preciosos ojos negros, te como la boca y descanso mi respiración ante un bonito paisaje. Pero solo puedo imaginarlo, pues carezco de certeza, de fe y de esperanza. Ahora, que mas te necesito. Ahora que me acompaña el deterioro, la soledad y el vacío. Ahora que solo espero apenas lo básico.
Solo le pido al destino que no me quite la memoria. Que me absuelva hasta el ultimo suspiro, de la condena senil del olvido.  Para poder seguir recordando lo mucho que nos amamos. Para poder seguir imaginando, mientras se suceden año tras año, nuestras fechas.