Supongamos
que el Universo se halla en un estado de máxima entropía, en el que
contamos con la existencia de un caos regente. Y que existiendo esa
confusión los cambios de estructuras y propiedades después de
someterse al tiempo; increíblemente largo, o una pequeña fracción
de segundo, acaban produciendo un orden, por casualidad. Supongamos
que la sustancia primera fuera negativa, neutrino, origen de todo lo
existente, suponiendo también, como no, que esta girara, oscilara y
chocara produciendo big bangs, que producirían periodos de expansión
y de concentración de la materia. Y puesto que suponer nos lleva al
concepto de hipótesis, y la mayoría de nosotros no entendemos la
realidad si previamente no pensamos en su hipotético postulado,
imaginemos hipotéticamente, que podemos analizar por partes el caos
y su posibles efectos.
En el atomismo, la
materia es compacta, pero parémonos un segundo en la distinción
aristotélica del hilemorfismo y en que todo los seres finitos,
compactos o perfusos, corruptibles e
incorruptibles tienen una forma determinada. Pensemos que el caos
también la tiene. Y que no solo la materia, sino también esa forma
tiene multiplicidad, puesto que cada uno de sus trozos a la vez son
múltiples y diferentes. Supongamos que todo ello esta regido bajo un
orden de partes. ¿Estaríamos hablando entonces de caos?
En el mundo de la
religión el caos es la parte oscura del mundo. En
nuestras vidas es el desorden. En nuestra mente es la locura. Y en
nuestro corazón es el vacío. ¿Pero no estaremos utilizando su
nombre en vano?
Las doctrinas
gnoseológicas o teorías de la ciencia siempre nos enseñan que sin
orden, sin estructura, nada es tangible. Si un cromosoma no está
ordenado somos una mutación, si un río
lleva demasiada agua, se desborda, si una sociedad carece de
organización camina hacia su desaparición. El orden es la ley que
rige, supuestamente nuestro mundo y el equilibrio, quien la sostiene.
Por eso hablar de caos es hablar de crisis, de retrospección, de
falta de crecimiento y de incompatibilidad.
Pero si la vida no
es un modelo de reloj, previsible y determinado, por mucho que
queramos que así sea. ¿porqué no aceptamos el caos como parte de
nuestra existencia?. Toda causa por muy
pequeña que sea, al llegar a su efecto, centuplica su tamaño. Y se
produce en muchas ocasiones, una consecuencia caótica y sin control
que nos asusta. Nos aterra cambiar, trasladarnos, modificar los
hábitos…destruir los sistemas, porque ese infierno oscuro y
desordenado que nos acecha, que duerme en nuestro interior y que
nunca identificamos como una fuerza regeneradora, nos paraliza.
Porque el orden puede llegar a tener el poder de la manipulación y
de la coerción y así bajo el temor “del todo o el ninguno”,
narcotizarnos y llevarnos a un estado de total aceptación y
resignación.
Escondido a la sombra de
toda creencia, duerme un deseo que es quien le proporciona su
intensidad, su persistencia, su razón de ser y de crecer. Y el deseo
es la fuerza desordenada que impulsa el equilibrio de la creencia.
Solo por lo tanto de ese caótico sentimiento, nace la serenidad de
la esperanza y al final de nuestra felicidad interior.
Luego la
forma del caos, no es mas que el reflejo de un orden materializado en
todo lo que es, y lo que será. Una estructura cambiante. Una energía
ilimitada que habita en una tierra de oscuridad…un infierno
iluminado.
No tenemos que tener
miedo al desequilibrio, cuando la evolución requiere antes de la
inestabilidad, de lo irreversible y de dar cabida a los pequeños o
grandes acontecimientos inusuales para que se produzca un cambio en
las estructuras. Porque hay veces que el
equilibrio no es evolutivo y hay que aceptar la inestabilidad como un
neutrino a punto de estallar y expandirse.
Como en el mito de
Milton y su paraíso perdido, debemos admitir, y mas en los tiempos
que nos está tocando padecer, que somos parte oscilante entre la luz
y la sombra, que para conquistar estrellas, debemos
bajar a los infiernos. Que nuestros cuerpos tienen que doblarse para
entrar en los huecos mas pequeños y nuestros ojos limpiarse con las
lágrimas para ver mas claros los caminos. Que el tiempo pertenece al
misterio de la vida y la vida al misterio de la muerte y que Dios,
apenas sabríamos donde se encuentra sino fuera porque siempre deja
detrás de él, los restos de un cataclismo.

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