Yo no soy de las hago
meditaciones sentada en una posición adecuada oliendo el perfume de
una rama de sándalo. Me imagino que muchos de los que ocupan asiento
en este mundo tampoco lo son. Y también me imagino que será
seguramente, por incapacidad y torpeza, que no por deseo, pues las
cosas hay que hacerlas bien, como tienen que ser. Mas, no todos
tenemos esa predisposición.
A mi me funciona caminar y, en cada caminata reflexiono, medito, hago mis oraciones y me pido perdón a mi misma, que es la antesala para saber perdonar y... luego, por último, rogar el perdón de los demás.
Pero en muchas de esas
meditaciones a ritmo de palos suecos, me aflora el vacío de que no
he analizado mi día a día con humildad, que no he meditado con un
verdadero silencio interior, que no he rogado por lo realmente
importante y, sobre todo, que no me he dado la absolución a mi misma
y por lo tanto tampoco a los demás…¿Cómo van pues a disculparme
mis faltas aquellos que me quieren, me estiman y conocen?
Y es que en muchas ocasiones una vez que te equivocas,
no hay futuro. No hay curación del agravio. No hay penitencia que
acabe con el desconsuelo. No hay vuelta atrás. El tiempo es el
culpable, porque nada se vive una segunda vez y nada vuelve a ser
como fue. Así, no podemos recompensar de caricias y besos a la piel
que ya no existe. Ni llenar de gozo el corazón que no late. Ni
volver a unir lo que rompimos, por mucho que busquemos los pedazos
que lo formaron. Y se que alguien dira que “nunca es tarde”, que
“el horizonte está delante” que “los sueños son la puerta a
la realidad” frases preciosas y esperanzadoras que todos utilizamos
para alentarnos y ayudar a los demás. Bien, pero….
Venimos a aprender, si es que partimos de la base que venimos y que regresamos. Pues, si aterrizamos con ese propósito, ¿de que nos sirve si la mayoría de las veces no podemos zurcir o construir sobre la equivocación y nos marchamos con el peso de las lágrimas de otros, su ruegos no cumplidos, y nuestros pecados sobre ellos? ¿De que vale el remedio tardío, cuando el humillado ya no está para ver nuestro cambio, nuestra llaneza, nuestra suplica hecha penitencia…nuestro amor?
Cuando vivimos el momento, aún cuando estamos atentos y accionamos sabiendo lo que estamos haciendo, nunca somos realmente conscientes de que esa actitud y, esa conducta, se convertirán en algo positivo o por el contrario, en dolor e injusticia. Porque anterior a cualquier acto subyace la duda de hacer lo que pensamos, lo que sentimos, o lo que piensan los demás como inconveniente o incorrecto. Estamos, la mayoría de las veces, empujados a equivocarnos. Sujetos a una dispedagogía heredada que nos hace probablemente volver a equivocarnos y si por suerte nos mantenemos alerta y jamás volvemos a caer en la misma torpeza, quizás ya sea demasiado tarde para la utilidad.
No quiero matar el intento, ni la esperanza, ni la redención. Dios me libre. Pues sin todo ello, el hombre no alcanzaría las cotas de divinidad que en ocasiones alcanza. Solo me pregunto incansablemente si sirve de algo preocuparnos de la preocupación, tenerle miedo al miedo, vivir con conductas de aptitudes y no con actos de actitudes, guiarnos por una cábala o por unos arquetipos que de seguro ni existen y que nosotros nos hemos inventado. Ir de sabios letrados, cronistas meritorios, políticos sin cargo, analistas inquisidores y no darnos cuenta que todo es mucho mas natural y ordinario que, la carga y la etiqueta que nos ponen al nacer, o que nos ganamos con sobresalientes o perdemos con suspensos, si al final no somos nada mas que un… mientras, ya que en un después no hay tiempo. Como en el cuadro de Girodet, que precede este escrito, morimos entre la tierra y el cielo, sin saber si realmente hemos pertenecido a ambos o hemos vivido en la frontera que los separa. Solo podemos intuir, investigar, aprender y suponer, para al final rendirnos al implacable privilegio de la Fe.
Llevamos encima demasiados pecados y pocos perdones y tenemos cientos de asignaturas pendientes y cosas buenas y aún mejores por hacer. Es corta una vida para crear mundos y larga para destruirlos, por eso, ese sabor amargo que queda del poso del recuerdo, esa duda continua del hacer y esa verdad que nunca llega.
Santo Tomas decía que la ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios y que por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar…puede, es mas, seguro que tenía razón y así me gustaría que fuera….pero…será que a una, siempre le ha gustado caminar por el valle de la sombras.




