lunes, 28 de abril de 2014

LA PALABRA PINTADA

 


Cuando me coloco delante de un cuadro, con mi música, en una sala, empiezo a escuchar el monólogo y la vibración del lienzo hasta que el tiempo se para a mi alrededor. Entonces se produce dentro de mi la magia de olvidarme de todo, incluso de lo mas importante y acabo dando gracias a quien corresponda, por tener el privilegio de hacer lo que estoy haciendo. Tengo otras aficiones, pero esta es la que mas felicidad me produce.

Mas no es solo esa mi pasión por la pintura, sino que mi búsqueda, continua por aquello que nadie quiso explicar, pero si contó, llevando a mirar mas allá de cualquier manifestación comunicativa del hombre, secreta o no, que pueda dejar transcendencia en su obra creadora. Así como en los libros se puede interpretar entre esas líneas, conocimientos, revelaciones y enseñanzas; prohibidas, negadas o puestas para “iniciados” (nunca sabré muy bien el significado de este termino), en los cuadros, para mi, portadas de obras infinitas, se puede apreciar la pasión o negación de su autor, su ideología, misticismo o agnosia, como esa visión de otros mundos oníricos o extrasensoriales, esotéricos, endógenos o simplemente sacrales.

Desde el primer dibujo, persistente en la roca, que nos enseña la vida de un hombre que empezaba a serlo. De un ser, no solamente preocupado por lo que es, sino por su belleza, destreza o fortaleza, la historia se ha despojado de las palabras para contarnos su trashumancia por el tiempo en la piedra, en la pared o en la tela. Descubrir como viajaban, bailaban, cocinaban, luchaban, amaban y morían aquellos que vivían en otras edades, contado a través de la interpretación del autor, que como, si jugara con el futuro, guardó celosamente sus secretos, sus revelaciones y sus mas profundos pensamientos, es un de las aspectos, sin duda para mi, mas hermosos de la pintura; su apasionante narrativa. Podemos admirar los cromados, los difuminados, las profundidades y sus equilibrados volúmenes entre el óvalo, el cuadrado o el rectángulo, podemos reconocer el trazado, la perfección y su luz, pero lo primero que vemos, que escuchamos, es una voz que se adentra en nosotros, es una historia… y el corazón de quien se propuso contarla.

Pero en este caso, quiero aún ir mas allá, mas lejos de lo apreciable, incluso de lo sentido. Pues muchos pintores dejaron su firma, desde el principio de los tiempos, de algo no constatado. De un lenguaje trasmitido, incrustado en el granito o en la madera, lleno de una magia ancestral e infantil en apariencia, que pacientemente pretende decirnos a través de los siglos que ocurra lo que ocurra, se pierda lo que se pierda y muera lo que muera, esa Verdad, persistirá para quien quiera descubrirla.

Desde la pintura rupestre, egipcia, minoica, griega, romana, paleocristiana-bizantina, prehispánica, medieval, gótica, renacentista, manierista, barroca, neoclásica y romántica, los símbolos y las palabras mudas, paridas del silencio del conocimiento, han mostrado su alma y la de sus creadores, a través de los siglos, para dejar al mundo su eterno legado. El trigo símbolo de Ceres, del verano y la abundancia y de la eucaristía mas tarde. La relación de los sexos entre Eros y Thenatos. Los colores panteocráticos, la lechuza, los astros, la tortuga, el espejo, las herramientas del Constructor, las posiciones de los cuerpos… todo un alfabeto hermético a disposición de la lupa estudiosa o del fiel seguidor portador del Misterio, mas poderoso en ocasiones, que el mismo poder.

El arte es la palabra formada entre el silencio de un dios y la pasión de un hombre. Las dos cabezas de un mismo cuerpo enseñando lo oscuro y brillante de su relación, de su comportamiento y de su unión. Esa alquimia hecha obra de un pensamiento mas allá de los límites y la vida cotidiana que nos recuerda que somos obra… pero para obrar. Solo hay que observar y reproducir, soñar y plasmar, vivir y desarrollar, porque toda expresión es un silencio con miles de frases, de notas, de colores, olores y formas. Solo hay que crearlo, traspasarlo y dejar constancia de su orden, porque sin su orden nada es perecedero, y lo eterno, dentro de lo que de anarquía tiene lo eterno, es el orden de todo lo que es.

Gustave Moreau, Matejko, Wiliam Blake, Tiziano, Leonardo, Miguel Angel, El Bosco, Botticelli, Zurbaran, Guirodet, Mantenga, J. J. Gailliard, . Podría llenar paginas de nombres. Pintores que usaron el silencio del arte para hablar de lo trascendente, de la palabra no dicha, del verbo no pronunciado. Y podrían pertenecer a la misma escuela, rendirse ante las mismas formas pictóricas y copiar unos de sus antecesores, pero quizá la mano que mueve las plumas, los cinceles, las batutas y las brochas, está en sincronía con una fuerza conductora que equilibra las sensaciones y las pasiones de un mundo que se rinde ante la belleza y su caos, ante el placer y la muerte, ante la paz y el conflicto, creando puertas que necesitan llaves para acceder a ellas. Un diapasón vibrando en un color único abriéndose en un río de tonalidades y una firma al final indicando el camino de donde se forma la idea y hacia donde se dirige. Palabras pintadas dentro de la nada del sonido, de la pureza y la sencillez de un principio creador misterioso y fascinante. El lenguaje de los dioses.




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